Y basta...


Me calcinó la mirada,
lo curvilíneo,
atropurpúreo enloquecido en tu cintura.

Me calcinó la mirada,
la profundidad,
rojinegro rebozado en tu morir.

Me explotaron los oídos,
la vibración,
más carcajadas de las que había en mi locura,

Me explotaron los oídos,
la plenitud,
purasangre en la garganta mi sufrir.

Me tiré,
a contravientos,
sabiendo que me habían sacado el tapón,
por tu larga cabellera.

Y deslizado
me esperancé.

Y por supuesto 
me estrellé.

Me reventó el corazón,
el crisantelmo,
arrancaría muchas veces mi latir,
por vivirte otra vez.

Ay! Y esos ojos.

Enredada en su manzana,
espinosamente dulce,
calcinantemente turbia,
increiblemente bella.

Escondida en su pelaje,
rematadamente hecha,
pisoteadamente pura,
concienzudamente ella.

Embalada en su ropaje,
peligrosamente musa,
querellantemente intrusa,
derretida pero difusa.

Mortalmente azulina.
Totalmente prístina.

Plenamente frontal.

El mayor colorido no podría comparala,
el mínimo zumbido desperarla,
el aliento de fuego apagarla.

Ay! Y esos ojos.

Demolición Programada

Uno a uno,
taladré y metí los cartuchos.
Hilvané cables, murmuros,
pisotones, muerte,
cobre y sangre. Todo junto.

Perentorio ensamblé la maquinaria.
Y esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Y justo en el momento,
el encuentro me erizó la médula,
llegaste,
tomaste mis manos,
y bajamos la palanca,
tan juntos, tan solos.

Tanta calma.

Todo reventó,
por supuesto,
estaba planeado que así fuese.

Que la represa cediera,
y la horda de locura,
el torrente del incendio,
que la vida acumulada saliera.

Como un elefante que huye,
como un preso del pánico,
como el desenfreno mortal.

Fue tan brusco el golpe,
que se llevó mesas, sillas,
carteles,
señoras con vestido,
señores musculosos,
baldosas,
luces,
sonidos,
alientos.

Evaporado, mojado,
cansado, flotando,
hundido en tus ojos,
me quedé a dormir.

Sonabas

Sonabas afuera y no te pude escuchar,
sonabas afuera y me quedé atrás,
sonabas afuera y no te ví,
no te ví jamás,
no te quise mirar.

Sonabas afuera y el vidrio estallaba,
sonabas afuera y este silencio acá,
sonabas afuera y no te ví,
no te ví gritar,
no te logré callar.

Sonabas afuera,
explotando, relinchando,
calcinando, reclamando.

Pero el cómodo salón,
las 4 paredes del dolor,
pudieron más.
 

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