Demolición Programada

Uno a uno,
taladré y metí los cartuchos.
Hilvané cables, murmuros,
pisotones, muerte,
cobre y sangre. Todo junto.

Perentorio ensamblé la maquinaria.
Y esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Esperé.

Y justo en el momento,
el encuentro me erizó la médula,
llegaste,
tomaste mis manos,
y bajamos la palanca,
tan juntos, tan solos.

Tanta calma.

Todo reventó,
por supuesto,
estaba planeado que así fuese.

Que la represa cediera,
y la horda de locura,
el torrente del incendio,
que la vida acumulada saliera.

Como un elefante que huye,
como un preso del pánico,
como el desenfreno mortal.

Fue tan brusco el golpe,
que se llevó mesas, sillas,
carteles,
señoras con vestido,
señores musculosos,
baldosas,
luces,
sonidos,
alientos.

Evaporado, mojado,
cansado, flotando,
hundido en tus ojos,
me quedé a dormir.

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